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¿Doy lata? o ¿no? Conoce la conducta del apego

Por *Kazumi Murata

Hace tres semanas me operaron y me prohibieron mover los brazos y cargar cosas por cuatro semanas. En un inicio, el mismo dolor me avisaba que no podía moverme, los límites eran muy claros. Sin embargo, conforme el dolor iba cediendo, en automático comencé a moverme más, por lo que a manera de recordatorio, tuve que amarrarme un listón alrededor de los brazos.

     Evidentemente he tenido muchas limitaciones y he tenido que depender de los demás: lavarme el cabello, peinarme, abrir y cerrar la puerta del refrigerador o del coche, ponerme el cinturón de seguridad, vestirme, solo por mencionar algunas.

     Bajo esta circunstacia he aprendido dos cosas importantes: la paciencia y la manera de pedir ayuda.

     La paciencia aplica en ambos sentidos: para mí y para los que viven conmigo. Cuando les pido si me ayudan a mover una cosa, si me cambian las gasas, si me amarran las agujetas, mi esposo, mis hijos y su nanita -quien en este momento es más mía que de mis hijos-, con una paciencia infinita me apoyan con cada una de mis peticiones. Y por otro lado, he aprendido a ser paciente esperando a que me abran la puerta del coche, a que me sirvan el té que pedí hace una hora: a fluir. Ha habido veces que me he dormido esperando ese anhelado lavado de cabello:

  • Ni hablar, otro día con el cabello sucio.

     Esto conlleva un agradecimiento porque implica que ellos ajustan sus tiempos para dedicármelos a mi. Muchas gracias.

     También se han divertido a costa mía. Les pido las servilletas y me las dejan a un par de centímetros de la distancia que puedo “estirarme”, imitan mis movimientos de Tiranosaurio Rex, me peinan haciendo lo que se les pega la gana: una vez me dejaron como la muñeca del Juego del Calamar…

     La otra gran lección ha sido el pedir ayuda. Al principio, mis solicitudes eran del tipo:

  • Perdón la lata, pero ¿podrías pasarme…?
  • Cuando puedas ¿podrías hacer…?

     Y mi esposo que es muy práctico dijo:

  • Kazumi, pídeme las cosas directo, sin tanto rollo: ¿me pasas los kleenex, por favor?, ¡Listo! ¿OK?

     Y fue cuando me di cuenta que estaba pidiendo ayuda desde la pena, de la culpa, de <<perdón por molestarte>>, desde el papel de víctima.

     En Semiología de la Vida Cotidiana® hacemos una distinción muy clara entre apego y conducta de apego.

     El apego es lo que llena nuestra Huella de Abandono: el vacío interno. Quitar un apego duele, porque es un proceso de subordinación psicológica.

     Los apegos producen emociones negativas, muy comúnmente se generan culpas y rencores, y cuando respondemos desde el apego, la necesidad del otro se exacerba creando una relación de codependencia.

     Por el contrario, John Bowlby, psiquiatra y psicoanalista inglés, habla de la conducta de apego como aquella que es sana, cuando reconocemos a otra persona como más apta y capacitada para acudir en su ayuda. En términos generales es temporal, pero se presenta constantemente bajo diferentes necesidades: me enfermo, voy al médico; el pasto creció, llamamos al jardinero; no puedo mover los brazos, pido que me peinen. Una vez resuelta o cuando uno mismo aprende a gestionarla, se puede prescindir de ella.

     Este periodo de recuperación me ha enseñado que para cuidarme requiero de la ayuda de los demás, pero desde una postura sana, no desde el berrinche, la pena o la exigencia. Que amarme implica dejarme ayudar, adaptándome al ritmo y los tiempos ajenos. Que la manera de pedir apoyo es importante tanto para mí, como para quien ayuda.      ¿Desde dónde prefieres pedir y que te pidan ayuda?

Kazumi Murata
Kazumi Murata

Consultora y Comunicadora certificada en Semiología de la Vida Cotidiana®
Miembro certificado de la Asociación Internacional de Semiología de la Vida Cotidiana A.C.
Terapeuta holística: terapia cuántica y practicante de Barras de Access Consciousness®
Apasionada del buceo. Escritora

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Porque todos hemos sido Chris Rock y Will Smith

Por *Kazumi Murata

     A propósito del incidente de los premios Oscar, he visto diversas reacciones de si fue correcto, si uno está bien y el otro mal, si tenían o no derecho de hacer lo que hicieron, etc. Se ha defendido férreamente la no violencia y estoy de acuerdo, pero considero que es importante comprender por qué hacemos lo que hacemos y reaccionamos como reaccionamos: porque todos, en algún momento, nos hemos burlado de alguien frente a otros y también hemos defendido con violencia -física, psicológica, verbal, emocional, financiera, etc.- alguna postura propia.

     Tanto la burla, el sarcasmo, por más disfrazados que estén bajo la máscara de una broma; como la violencia evidente (golpes, gritos, azotones de puertas) son violencia. Solo hay que colocarlo en una noción de escala. Y el que esté en un nivel “leve”, no significa que no tenga impacto en alguien. A parte, ese nivel puede escalar.

     La gran pregunta es ¿por qué la violencia se manifiesta? Sin importar si es un violencia pequeñita -como dejarle de hablar a alguien- o una violencia extrema -como matar-, desde la perspectiva de Semiología de la Vida Cotidiana® es una autoafirmación.

     ¿Qué es la autoafirmación? Es una postura que todos adquirimos para darnos valor. No valor de valentía, sino valor de importancia. Es una manera -inconsciente, casi siempre- para ponerme un escalón arriba del otro y señalarle algo para que yo me sienta mejor, una manera indirecta de decir <<tú estás mal, yo estoy bien>>, o <<me burlo de ti antes de que alguien lo haga de mí>>. Insisto en que siempre hay que considerar la noción de escala.

     Cuando tenemos confianza en algún aspecto de nuestro ser, no tenemos la necesidad de autoafirmarnos.

     ¿Puedes notar que nos autoafirmamos con temas diferentes? Quizás haya similitud en algún punto, pero uno se puede autoafirmar a través de lo físico, mientras que otro lo hace con el dinero, o con algún conocimiento.

     ¿Por qué pasa esto?

     Porque a través de nuestra historia personal desarrollamos una serie de susceptibilidades y rasgos dominantes. La susceptibilidad es ese tema vulnerable que cuando ponen el dedo en esa llaga, se prenden todas las alertas internas y de manera casi automática respondemos con el rasgo dominante. Se le dice rasgo dominante no por la intensidad en su respuesta sino por la repetición de la misma. Hay un mundo de susceptibilidades y de rasgos dominantes y sus combinaciones son múltiples; por ejemplo, hay personas que son susceptibles a la presión y responden con la evasión, u otras que son susceptibles a la crítica y responden con agresión, o incluso una persona que es igualmente susceptible a la crítica pero responde con el desprecio. Estas combinaciones susceptibilidad-rasgo dominante existen en cada uno de nosotros y los tenemos guardados en nuestro inconsciente como paquetitos.

  • ¡Ah! ¿Me gritaste?   – y en automático saco el paquetito “me gritan, entonces lloro” y me pongo a llorar.

     Estos paquetitos los usa el Imaginario “aquel que creo ser, pero que en realidad no soy” Dr. Alfonso Ruiz Soto®: una falsa personalidad, automatizada, reactiva y que carece de conciencia autorreflexiva, el cual se desarrolla por la Huella de Abandono (es un curso completo y no es posible explicarla en un solo texto). Mientras no se trascienda la Huella de Abandono, la violencia seguirá existiendo porque sale de manera automática.

     ¿La buena noticia? Es que una vez que identificamos a nuestro Imaginario, podemos comenzar a desarticular estos paquetitos y entonces, nuestras respuestas se vuelven más conscientes, más amables y más asertivas.

     ¿Te gustaría saber más sobre Huella de Abandono?

Kazumi Murata
Kazumi Murata

Consultora y Comunicadora certificada en Semiología de la Vida Cotidiana®
Miembro certificado de la Asociación Internacional de Semiología de la Vida Cotidiana A.C.
Terapeuta holística: terapia cuántica y practicante de Barras de Access Consciousness®
Apasionada del buceo. Escritora

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